Actualmente asistimos a intensos e hipócritas debates sobre la situación demográfica de Aragón, una realidad cruda y dura que ofrece un sombrío panorama para la mayoría del medio rural del país. Según los últimos estudios, uno de cada cuatro pueblos aragoneses está en riesgo de desaparición (despoblación irreversible). Desde los años ochenta, diferentes informes de la Unión Europea dictaminan que el 75% de los municipios aragoneses se encuentran en condiciones desfavorables para ser habitados -por desvertebración demográfica, por situarse en la alta montaña, o por otros condicionantes ambientales: aridez, climatología, salinidad…-. Reciben la denominación de SESPAs (Áreas del Sur de Europa Escasamente Pobladas; en inglés, Southern Sparsely Populated Areas). En Aragón hay tres extensas zonas bajo estos parámetros: Pirineos, Eje del Ebro, Serranía Celtibérica.
El despoblamiento rural es consecuencia de una dinámica social y económica puramente capitalista. Pero el agro aragonés sufrió en el siglo XX la desvertebración ejecutada por la dictadura franquista como la ejecutora final de esta desvertebración. Franco castigó duramente al campesinado, no sólo durante la Guerra Civil, también durante los sangrientos años de represión de la posguerra -aspecto relacionado en algunas comarcas con el apoyo popular al maquis hasta la primera mitad de los años cincuenta (resistencia armada antifranquista). El objetivo era desactivar a una población con conciencia de clase -la existencia del Consejo de Aragón estaba muy presente-. La culminación de esa política fue el abandono de los pueblos, el éxodo rural a los centros urbanos peninsulares, o la emigración a otros Estados europeos. La creación de nuevos pueblos de colonización sirvió de pantalla para tratar de ocultar la verdadera política de exterminio social, económico y cultural. La construcción de grandes pantanos el ejemplo paradigmático del vaciamiento territorial a base de imposición.
El despoblamiento supuso también un aniquilamiento cultural. Con los despoblados, no sólo desaparecen las casas y los campos de cultivo, sino también unas costumbres, unos modos de vida, y todas las manifestaciones consiguientes: la lengua propia, la literatura y la música popular, la memoria oral, las fiestas, muchos oficios, etc.
El despoblamiento y la emigración provocan dolor, desarraigo, pérdida de las raíces, miedo a lo nuevo, integración forzada en un medio ajeno. Zaragoza sigue siendo hoy en día una ciudad donde abundan las “gentes de pueblo”, o los ciudadanos urbanos que no lo son más que de primera generación. La política represiva de la pasada dictadura, la planificación hidrológica, la aparición de salvajes planes de desarrollo industrial destinados a perpetuar el desequilibrio entre el campo y la ciudad y entre comarcas, y un interés por los restos de la cultura rural que no iba más allá de las manifestaciones recreativas del tipo “coros y danzas”, se han dado en nuestro país con especial virulencia, convirtiéndolo en detentador del récord de pueblos y núcleos rurales abandonados.
A partir de los sesenta, el hundimiento poblacional, que en regiones como el Alto Aragón ya venía señalándose desde las últimas décadas del siglo XIX, se acelera. Se produce la descapitalización del campo, el “cierre” de pueblos enteros. Todo esto provocó un abandono en materia de servicios: sin escuelas, red eléctrica rudimentaria, no se arreglan las comunicaciones, pocos médicos, sin teléfonos, etc. Es el círculo vicioso del éxodo rural, tan bien narrado en La lluvia amarilla de Julio Llamazares.
Este relato va relacionado con la aparición de intereses económicos: compañías hidroeléctricas, expropiaciones injustificadas, conversión de las zonas de montaña en una mera mercancía, abandono de los pastos de puerto. Es el paso a una economía dependiente del capitalismo urbano (ocio, turismo), sin control democrático ni preocupación por los efectos sociales de este modelo de desarrollo. Tenemos el ejemplo del ICONA como herramienta del Estado, torpe con el territorio, que generó más despoblación. Un colonialismo interno de manual con un mensaje claro; territorio de reserva, y en estos espacios no hay que invertir en vertebrar. Dejadez y negligencia. Emigración y destructuración, la sangría demográfica estaba servida.
En relación con lo económico, la cultura rural ha sido convertida en una selección consumista de piezas de museo. Aragón, una historia reciente de pérdidas y derrotas, de colonización y subordinación. Hemos empezado por el franquismo, cuatro décadas decisivas para comprender el vaciamiento actual, pero Aragón ha tenido un proceso de desvertebración a lo largo de su historia (menos soberanía, más despoblación): expulsión de los judíos en 1492, sesenta mil moriscos expulsados en el siglo XVII, los Decretos de Nueva Planta, pérdida de instituciones autóctonas de soberanía local (Alto Aragón y Celtiberia), la Guerra de Independencia, las guerras carlistas…
¿Cuáles son nuestras propuestas o ideas fuerza para revertir y frenar la despoblación?
Los diagnósticos son claros. A nivel estatal, seis de cada diez pueblos se encuentran en riesgo de desaparecer. 4.955 municipios tienen menos de mil habitantes (de los 8.125 que existen). En Aragón, el envejecimiento se plasma en una tasa de ancianidad del 35%, mientras que la dependencia se dispara al 54%. Un panorama catastrófico, fortalecido por la emigración femenina, la baja natalidad y problemas estructurales de todo tipo. El éxodo de los fines de semana ofrece una imagen de falsa vitalidad, igual que las rutas turísticas posmodernas para visitar “los pueblos más bonitos de…”, un falso espejo que deforma la realidad de los paisanos.
El proceso de industrialización periferizó la economía aragonesa: migración de la mano de obra más joven, trasvases de capital y recursos naturales al centro, liberalización del mercado -proceso devastador para las economías locales-, intercambios comerciales desfavorables, y políticas de planificación e intervención estatal desfavorables. El Estado de las Autonomías no ha servido para revertir esta situación que describimos. Ya hemos visto que la centralización del franquismo aceleró el proceso; pero la memoria es resbaladiza, y de ello se está aprovechando la ultraderecha, cuando está demostrado que a mayor descentralización, mejor gestión de lo local. Desde los años noventa se trabaja en directrices de ordenación territorial; el Plan Integral de Política Demográfica (2000, Gobierno de Aragón) fracasó estrepitosamente en su momento. Ni PSOE ni PP ni PAR ni CHA ni IU han sido capaces de vertebrar desde abajo; dudamos que Podemos lo haga. Cátedras, estudios, un marketing burocrático y académico que aparece como cosmética para el sistema político-institucional del 78.
Los neoconservadores disparan, y en sus numerosos altavoces fomentan la idea de que no hay solución posible para mantener 700 pueblos en Aragón. La mediatización del problema de la despoblación ha provocado que todo el mundo quiera posicionarse electoralemte. En épocas de bonanza, la inversión pública en Aragón se centró en el slogan “piscinas y pabellones polideportivos”, llegó la crisis, y de forma natural la exigencia de pan-trabajo-dignidad, y derecho a unos servicios básicos. Algo más evidente en nuestros pueblos.
A nivel regional, nuestros espacios rurales resisten de diversas formas y con distintas estrategias:
Nuestro medio rural se está vaciando, el marco de interpretación de sus causas va más allá de las lógicas movilizatorias actuales (el agravio comparativo, los provincialismos, el Zaragoza contra Aragón). Estos problemas no se resuelven en una o dos legislaturas, el tiempo corre y muchos de nuestros pueblos están cerca de su lock-out. Ya hay “ángulos muertos”, áreas deprimidas y olvidadas como la Val d’Onsella, La Fueva, Sobrepuerto-La Guarguera, Sierra de Herrera, Campo de Romanos, Ribera de Manubles, Maestrazgo o Sierra de Albarracín. Las soluciones deben salir desde aquí y para ellas: soberanía, planificación a largo plazo y priorizar lo público.
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