Todo eso lo hemos podido presenciar las y los zaragozanos en estos últimos años. En los no llega a diez años que han pasado desde la Expo, hemos visto cambiar el río completamente. La mosca negra y las algas se han convertido en tema de conversación cada verano. Las soluciones que se han dado históricamente desde el ayuntamiento y la CHE pasaban por meter en el río maquinaria para “limpiarlo”, o tratar las aguas con
productos para prevenir la proliferación de insectos. Todas de escaso impacto y gran gasto.
Cuando el río no trae agua, ningún azud puede hacer que traiga más. Si el río no se ha podido navegar este verano, no es porque una compuerta esté estropeada sino por una sequía que lo hace de dificil navegar. Una semana antes de la avería de la compuerta el río estaba bajo e igual de innavegable.
El azud intenta modificar el régimen hídrico de un río mediterráneo, con sus necesarias crecidas y bajadas del nivel del agua. Estas fluctuaciones son las que hacen de nuestro río lo que es. Pero además consiguen que se limpie de algas, de contaminación y de depósitos no deseados. Un río vivo, y con un régimen más cercano a su naturaleza, no solo es un río más sano, sino que tiene muchas ventajas para sus usuarios y vecinos, ahorrándonos un mantenimiento que él mismo se procura.
A su vez, los supuestos beneficios no se dejan ver. Las barcas no podían navegar sin un dragado previo. Ni siquiera con ese dragado conseguían hacerlo muy a menudo, ni se convirtieron nunca en un atractivo ni turístico ni para la ciudadanía zaragozana. Las piraguas, kayaks y otras embarcaciones ligeras, navegan igual que lo hacían antes del azud. Igual que lo llevan haciendo décadas, o incluso siglos. Ni siquiera estéticamente el Ebro se ha visto mejor en estos últimos años que en los anteriores. Aunque la belleza, por supuesto, sea algo subjetivo.
¿Hace falta un azud en Zaragoza? No. No es necesario para la navegación, ni para ninguna otra finalidad. No tiene ninguna razón para haberse construído. No aporta ningún beneficio y incrementa alguno de los problemas que tiene el río. Sin embargo tiene un precio. Más de cien mil euros que pagamos cada año todas y todos. Pero lo peor, tiene un precio ecológico y de molestias generadas a una ciudadanía que no saca ningún beneficio.
Dicen que errar es de humanos y rectificar de sabios. Muchas de las políticas de hechos consumados se pueden cambiar si hay voluntad y esta es una de ellas. Construir el azud fue una equivocación a nivel ecológico, social y económico. Arreglar ese error es tan fácil como desmantelarlo.
Sería necesario, a la vez, emprender una serie de acciones dirigidas a gestionar el Ebro de una forma más adecuada a las políticas más innovadoras del agua, que tienen en cuenta la naturaleza de los ríos, adaptan la ciudad a su régimen hídrico, en la medida de lo posible, y aprovechan todos los conocimientos que tenemos de dinámica fluvial para que los ríos tengan la salud que necesitan. Gana, el río, por supuesto, y ganamos las ciudadanas y ciudadanos que los vivimos.