Los campos (…) fueron antros donde se practicó la tortura física y psíquica (…), horrible tragedia que vivían los detenidos, vejados y martirizados constantemente por un funcionario despótico y cruel, sin sentido alguno de respeto por el semejante (…) Imperaba el terror para hundirnos moralmente en el más negro y profundo de los abismos”1
“Cuando éramos pocos, Franco hizo limpiar el campo, pues no quería que nadie supiera que habían existido”2
Los campos de concentración franquistas fueron espacios de horror y sometimiento, donde se asesinó, denigró y mató de hambre a cientos de aragoneses que defendían una España democrática, igualitaria y libre. Fueron un recurso bélico, consecuencia del golpe de estado fallido que condujo a una guerra civil de tres años, y se utilizaron como medida impositiva de exclusión, represión, reeducación y reconstrucción nacional. Los campos de concentración franquistas supusieron la adaptación de los medios represivos a la sociedad de masas, y en ellos se ejercía la dominación “paraestatal violenta” cuyas funciones primigenias fueron preventivas y arbitrarias. Nacieron de la necesidad de regular la represión, y para ello se pusieron en marcha dinámicas de represión colectiva mediante una política de depuración y humillación al vencido, cuya finalidad no era el asesinato, aunque se diera, sino el de la humillación, la clasificación identitaria, el uso de fuerza de trabajo esclavo y la represión cotidiana. El objetivo último fue el embrutecimiento y la deshumanización de los prisioneros, junto a la acumulación de capital, basado en la mano de obra esclava, como demuestra el dato de que sólo en 1939 la red de trabajo forzado de base concentracionaria reportó 3.106.677,22 pesetas de beneficio a las arcas del naciente estado fascista. Prácticas como las sacas de prisioneros, la llegada de falangistas buscando a “rojos locales”, la incapacidad logística para satisfacer las necesidades mínimas de alimentación e higiene de los prisioneros, que llevó a situaciones como la humillante filmación llevaba a cabo por soldados italianos arrojando comida para que los presos se pelearan por ella, eran la cotidianidad de los campos. Los campos de concentración franquistas fueron el primer paso hacia la construcción de un nuevo estado cimentado sobre la violencia política, que fue la base para el ordenamiento político y jurídico de la dictadura. Cuarenta años de “silencio, represión y violación de derechos fundamentales”. En los campos se comenzó a poner en práctica lo que iba a significar la nueva España para los disidentes. Tras el primer paso concentracionario en estructuras arquitectónicas consolidadas, como plazas de toros, ciudadelas o cuarteles, a mitad de 1938, los campos se ampliaron o se crearon otros nuevos. Estos últimos se estabilizaron con un estilo y unas características menos embrionarias. Así, el elemento estético que los igualó fue el barracón desmontable de madera de 5 por 24 metros, con un doble dormitorio y tejado de uralita donde se alojaban 100 prisioneros, pudiendo alojarse hasta 200 de forma eventual. Aragón fue uno de los escenarios desde el cual mayor número de prisioneros republicanos salió para llenar los campos de todo el estado, con los combatientes evacuados del Frente de Aragón. Según Salas Larrazabal, entre el 22 y el 24 de febrero, fueron capturados 2000 prisioneros en Teruel, aunque otros historiadores aseguran que fueron bastantes más. Al campo de Miranda de Ebro fueron trasladados 2304 prisioneros desde el Frente de Aragón. La 1ª División Navarra evacuó el día 22 de febrero a 894 personas al campo de Orduña, el día 23 trasladó 800 republicanos al campo de Estella, 550 a Murgia, y 462 a Orduña. El día 24, esta división evacuó a 1812 prisioneros al campo de Miranda de Ebro. De mitad de diciembre a principios de enero del 38 se evacuaron 2000 prisioneros. En febrero 8200, en marzo 10422, y en abril 18046. Entre marzo y abril fueron trasladados 30513 prisioneros republicanos a campos de concentración. Sin embargo, desde Aragón no solo salieron prisioneros para engrosar los campos de otros puntos del estado, ya que esta tierra también contó con sus propios campos de concentración de prisioneros republicanos: San Gregorio, San Juan de Mozarrifar o Jaca, y de menor entidad, Barbastro, Calatayud y Cariñena-Caminreal. En 1938, desde San Gregorio (con capacidad para 2000 presos) salieron 75.000 prisioneros de guerra, lo cual es una muestra de la improvisación, la celeridad, así como de la rápida clasificación y traslado a otros campos. La mayoría fueron trasladados a Miranda de Ebro, donde pasaron a ser presos políticos y a engrosar los Batallones de Trabajadores. San Gregorio fue lugar de clasificación y evacuación, desde el cual se realizaban los primeros interrogatorios. En enero de 1938 se trasladaron a la cárcel de Torrero 183 reclusos, debido a su supuesta “peligrosidad”. La acumulación caótica y dramática de prisioneros en San Gregorio, hizo que se acondicionara el campo de San Juan de Mozarrifar, para vaciar, como mínimo, 2000 presos de San Gregorio en traslados urgentes y masivos, entre los que se encontraban prisioneros de guerra y presos gubernativos. En San Juan de Mozarrifar se albergaba un batallón de CTV fascista italiano. También se encontraba el Batallón de Trabajadores nº 20 que provenía de Asturies, y que abandonaron el campo en febrero de 1938, para destinar el campo exclusivamente a fines concentracionarios. Allí se apresaron 1800 hombres del Frente, y se llevaron a cabo las interrogaciones y la clasificación. El campo de Jaca estaba en la ciudadela, y tenía carácter de internamiento temporal con capacidad para 120 personas. Se utilizó como sustitutivo de las abarrotadas cárceles, y significa una “extraña excepción dentro del marco concentracionario franquista”. Calatayud tuvo capacidad para 150 hombres, que estaban mezclados con la tropa del 10º regimiento. Fue un campo masificado y de escasa capacidad. Se cerró en abril de 1939. En Barbastro se utilizó el cuartel como campo de concentración, donde se recluyó a 3000 presos. Tuvo una corta vida, entre septiembre de 1938 y agosto de 1939, y contaba con 250 hombres que ejercían las labores de vigilancia. Cariñena-Caminreal fueron dos campos de concentración separados por 73 km, aunque ambos pertenecían a la misma administración. Su función también fue de interrogatorio y evacuación. Caminreal se llenó de prisioneros tomados en Teruel y en la batalla del Alfambra, que entre el 15 de diciembre del 37 y el 31 de enero del 38 se evacuaron a retaguardia 2215 prisioneros. Otros 4123 en operaciones del Alfambra, 3589 en la toma de la provincia de Teruel. Fueron 10105 presos en un solo campo y periodo corto que, tras los interrogatorios, fueron evacuados a Orduña, Murgia y Estella. Por otro lado, Caminreal recibía prisioneros de Balaguer, Alcañiz, Santa Eulalia, Huesca, Fraga, Teruel, pero sobre todo de la batalla de Belchite-Alcañiz. Desde Cariñena o Caminreal los presos eran trasladados generalmente a Miranda de Ebro (de marzo a julio del 38 se trasladaron 50000 prisioneros). De Caminreal en marzo de 1938 salieron 5000 hombres destinados a San Gregorio. Hoy, la memoria es la fuente básica para conocer la historia de los campos de concentración, silenciada por el franquismo primero y por el régimen constitucional después. La memoria complaciente de la victoria, junto a la negación/justificación del asesinato político, contribuyó a legitimar y aceptar la dictadura. Despueés, el Régimen del 78 integró con normalidad la herencia franquista y su concepción de la Historia, la memoria y el relato de la guerra civil y de la dictadura. El régimen del 78 negó la reparación, la dignificación y el reconocimiento a los miles de ciudadanos que pasaron, sufrieron y murieron asesinados en los campos de concentración del franquismo. La continuidad ideológica, y la no ruptura democrática con las estructuras económicas, políticas y militares del franquismo, y su pacto de silencio y olvido, facilitó que a través de la desmemoria sobre nuestra historia reciente, se fuese construyendo una base ideológica, que aseguró la continuidad del franquismo sociológico, hasta nuestros días. Hoy, se hace necesidad apostar por el uso público de la Historia, como necesario conocimiento del pasado, sin eufemismos, manipulaciones y/o falsedades interesadas. Desde Puyalon, reclamamos que esos espacios del horror, la violación de los DDHH y del asesinato en Aragón, sean dignificados en espacios de memoria que recuerden a aquellos aragoneses y españoles que fueron humillados, denigrados, torturados y asesinados en el nombre de Dios, del orden y de la patria. Bibliografia: RODRIGO, J, Los campos de concentración franquistas. Entre la Historia y la memoria. Madrid, 2003, Siete Mares. RODRIGO,J, Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, º936-1947. Barcelona, 2005, Crítica.