El pasado diez de julio se celebrara en Andorra la asamblea constituyente de lo que se vino en concretar como la sección comarcal del Baixo Aragón del Sindicato Obrero Aragonés (SOA). Este sindicato, que tiene apenas una década, ha visto su acción social y sindical fuertemente incrementada con la llegada de la crisis económica y ahora llega a nuestra comarca en un contexto de fuertes conflictos laborales y sociales. Supone sin duda un nuevo modelo alumbrado en estos tiempos difíciles que viene a suplir las necesidades que el sindicalismo mayoritario es incapaz de cubrir.
Se suele decir que el sindicalismo alternativo se encuentra alejado de las realidades laborales de los trabajadores, de sus necesidades concretas, aludiendo a que estos se centran más en criticar a las centrales mayoritarias que a hacer sindicalismo real y efectivo. Pero lo cierto es que estas críticas son justificadas e inevitables; a los grandes les gustaría que permaneciéramos callados y en pos de una unidad sindical mal entendida pasáramos por alto su cuestionable práctica. Es inevitable que los minoritarios y combativos alcemos la voz y critiquemos lo que no nos gusta de los mayoritarios pues ésta es la forma de justificar nuestra existencia al margen de CCOO y UGT. Lo cierto es que si no hiciéramos estas críticas, si no las tuviéramos, seríamos un sindicato más, adyacentes a los grandes «agentes sociales» de los trabajadores y nuestra existencia estaría prácticamente injustificada, ¿Si no criticáramos lo que entendemos es una mala defensa de los derechos de la clase trabajadora por qué se justificaría estar fuera de los grandes sindicatos?
En cualquier caso la nuestra no es, ni pretende ser, una crítica personal hacia los representantes de los trabajadores que durante muchos años han defendido según sus posibilidades y con buenas intenciones todos nuestros derechos; en muchas ocasiones consiguiendo grandes logros sociales a costa incluso, y más en nuestro territorio, de enfrentarse a los grandes gerifaltes sindicales que gobiernan desde Madrid. Es por ello que nuestro enfoque crítico no es para con quienes aún hoy desempeñan esta función sino para toda esa estructura corrupta e inútil en la que se ha convertido el sindicalismo de Estado. No criticamos en abstracto a los comités de empresa, a secciones territoriales ni a la afiliación combativa, criticamos la función social a nivel general que cumplen a día de hoy CCOO y UGT, la función de moderar las reivindicaciones obreras, de mantener la calle tranquila en medio de una tempestad económica que amenaza con llevársenos a todos.
Este sindicalismo mayoritario es un cortafuegos, una forma obsoleta de defender a los y las trabajadoras. Cuanto antes comprendamos esto antes podremos plantar cara a lo que se nos viene encima, que no es poco. El sindicalismo mayoritario no entiende la nueva realidad social que se ha abierto como un abismo bajo nuestros pies, que ya nos determina y que ha venido para quedarse. Se encuentra instalado en el pactismo cuya filosofía es negociar y negociar absolutamente todo, a cualquier precio. Es la forma sindical del viejo régimen, del que se inauguró durante la transición y que en momentos puntuales, no lo niego, pudo ser efectiva. Pero como digo está hoy claramente obsoleta: los sindicatos mayoritarios no saben leer y analizar la nueva realidad social, se han enrocado junto a un tipo de trabajo en vías de extinción, el del trabajador fijo y con representación sindical. Hoy esto apenas existe y los mismos sindicatos han sido los encargados de darles la estocada final al pactar la congelación salarial condenando así la negociación colectiva y los convenios y firmando con ello su propia autodestrucción como sindicatos encerrados en grandes factorías.
No nos engañemos, la afiliación sindical en todo el Estado español es inferior a la media de los países de nuestro entorno y mucho menor en comparación con los países del área mediterránea más azotados por la crisis. En torno a los dos millones de afiliados sumando los dos grandes sindicatos, que se supone representan a más de quince millones de trabajadores que hay en todo el Estado. Si el sindicato ha de ser un arma para la defensa y la organización de los trabajadores, está claro que el pueblo trabajador aragonés está huérfano de un sindicalismo que represente realmente sus intereses como clase. Y para suplir esta necesidad algunos nos hemos embarcado en el proyecto del Sindicato Obrero Aragonés, que ha de servir para llegar a abordar todas aquellas realidades sociales que el sindicalismo mayoritario es incapaz de defender pero que sin embargo nos pasan factura, como siempre, a los pobres.
Hablo de los parados, víctimas de una crisis que no han causado, para los que organizarse y luchar en las filas del sindicalismo combativo se ha convertido en una de sus más importantes necesidades. Hablo de los precarios, todas esas personas, jóvenes y ya no tan jóvenes, que no han podido acceder a un trabajo fijo por el cambio en el modelo productivo, condenados a trabajos temporales y precarios en condiciones laborales altamente degradadas y sin posibilidad de defensa sindical en sus centro de trabajo. Me refiero a las mujeres, que han visto su autonomía destruida por un sistema patriarcal que no contento con hacerlas cobrar menos las ha devuelto al hogar por los recortes en dependencia. Hablo también de todos los y las jóvenes estudiantes cuya formación no les va a servir para encontrar un trabajo y cuyo futuro ha sido truncado, abocados al paro, la dependencia económica o la emigración. Hablo también de todos esos jubilados y pensionistas cuyas pensiones han sido puestas en peligro y que en muchos casos sobreviven míseramente después de toda una vida trabajando. Hablo de todas esas familias injustamente desahuciadas por haberse quedado en el paro; de todos los estafados por productos bancarios como las preferentes o por hipotecas abusivas. Hablo también de los autónomos cuyo medio de vida ha sido el primero en ser excluido en este gran hundimiento que es la crisis económica. Hablo de todos los inmigrantes que llegaron aquí engañados, a los que les habían prometido el paraíso en la tierra, y que después de echar raíces como uno más y contribuir a la sociedad se han visto abocados a la exclusión y el odio de la xenofobia. Y me refiero, por supuesto, también a los trabajadores comunes, de fábrica y gran empresa, que han visto sus derechos recortados por una reforma laboral criminal, a quienes amenaza continuamente el fantasma del paro y a quienes la mala práctica sindical les ha condenado a perder todos sus convenios. Hablo, en definitiva, de lo que es la clase trabajadora en general, en todos los aspectos, en aquellos que los grandes sindicatos no llegan a cubrir, a quienes las grandes centrales no representan.
Solo atendiendo a todas estas formas de exclusión y desposesión a las que nos someten los poderes económicos podemos dar cuenta de la necesidad irrenunciable de un sindicalismo combativo en nuestra comarca y en nuestros pueblos. CCOO y UGT han degradado lo que la labor sindical significa, se han convertido en la aristocracia obrera, anexos al poder político y económico. Su existencia y su modelo llega hasta aquí, su tiempo ha acabado, porque su destino no va ligado al de las y los trabajadores sino al de las subvenciones que puedan conseguir y al del Estado y la patronal que es el encargado de pagárselas. Es por eso que su sindicalismo de delegados y servicios se ve abocado al fracaso y es por eso que necesitamos, más que nunca, de una autoorganización obrera eficaz. Impera la necesidad de crear grupos humanos activos que movilicen la calle, que creen conciencia y que nos hagan plantar cara al poder y al patrón desde nuestros propios espacios. Es un hecho que el actual gobierno, sucursal de los poderes económicos europeos y del gobierno e intereses alemanes, no va a negociar ninguna de sus medidas. Sabemos perfectamente que los intentos sindicales por un gran pacto de Estado son mero paripé, que el gobierno no negociará sus políticas. CCOO y UGT conocen esto también y sin embargo continúan anclados en el mismo sindicalismo que hace diez años.
Las oligarquías y la patronal han pasado a la ofensiva y nosotros estamos desarmados frente a sus ataques. Siendo claros, el gobierno tardofranquista era más proclive a negociar con los trabajadores de lo que lo es el de Mariano Rajoy, y sin embargo los trabajadores seguimos pensando que negociarán o pactarán con nosotros como lo hacían antes de la crisis. Hace falta más lucha y más conflictividad de la que había en los sesenta y los setenta y sin embargo aplicamos mucha menos. Si seguimos así nos van a dar por todos los lados y todo por seguir ciegamente bajo las órdenes de estructuras sindicales corruptas y tras líderes sindicales untados por el poder. Proyectos como los del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) nos demuestran que otro sindicalismo es posible y emularlos de hecho es la intención que tenemos trabajando desde el SOA.
Guillén González Bautista, portavoz comarcal del Sindicato Obrero Aragonés en el Baixo Aragón | AraInfo]]>