El pacto del euro está constituido por una serie de medidas planteadas ya el pasado mes de marzo por iniciativa de Alemania que se han ido negociando por los 17 estados de la unión monetaria y se han consolidado finalmente en este pasado mes de Junio. Su objetivo es mantener cierta cohesión en la unión monetaria frente a la crisis de deuda desencadenada por la Crisis y proteger los intereses de los acreedores, bancos de los países centrales de la Unión Europea. Las medidas que se plantean suponen una excelente guía para caracterizar el problema al que nos enfrentamos las diversas capas de la clase trabajadora europea.
En un sentido amplio una crisis económica no es si no una destrucción profunda de valor. Bienes, activos o valores bursátiles se estampan con su verdadera naturaleza de fetiches y pasan a ser basura. Y como no, la consecuencia inmediata de una crisis es el debilitamiento económico de las clases sociales poseedoras de esos activos, en este caso de la nebulosa clase capitalista. Sin embargo el capital europeo y mundial se enfrenta al desafío con una clara hegemonía política desde donde plantear su objetivo estratégico: responsabilizar políticamente de la crisis a la clase trabajadora y a los estados periféricos para apretar tuercas, aumentar la explotación de clase e internacional. Hacer, en definitiva, como venimos denunciando una marabunta de movimientos sociales, que los pobres carguen con la crisis.
La unión monetaria afronta graves problemas en este contexto, dado que podría ser más sencillo hacer frente a la deuda desde fuera del euro. Los estados periféricos de la unión monetaria podrían recuperar las monedas estatales y devaluarlas para hacer sus productos más competitivos en los mercados internacionales. Este escenario tendría graves costes sociales, por lo que apenas comienza a plantearse, y con reticencias, en algunos sectores de la izquierda. No es casualidad, en cualquier caso, que los países periféricos de la unión, perjudicados por la entrada en el euro, sean ahora los más débiles frente al chantaje de los acreedores de Wall Street y de la Banca europea: la unión monetaria ha favorecido claramente a las economías centrales y constituye un mecanismo de su dominio.
Precisamente, la banca, los mercados financieros internacionales y las instituciones financieras como FMI y Banco Mundial apenas si existen en el Pacto del Euro. ¡Qué silencio tan elocuente! Para la unión monetaria estos agentes no plantean problema alguno, sencillamente por que son quienes dictan el paso al Pacto, son sus mayores beneficiarios. La deuda soberana de las economías periféricas no se ve como un problema por las elites europeas, si no como una oportunidad para asegurar su poder.
Las medidas concretas que plantea el infame Pacto del Euro van en el sentido de las que ya se han venido aplicando en el Estado español. Con el objeto de aumentar la explotación de la clase trabajadora se pide la reducción de las prestaciones a la seguridad social, el aumento de los impuestos indirectos (al consumo), se establecen mecanismos para bajar los salarios (unir salario a la productividad), profundizar la privatización de las pensiones, privatización de servicios básicos, reforma financiera pro ciclo (bancarización de las cajas). Y con el objeto de debilitar los resortes de poder político de la clase trabajadora se plantea la “necesidad” de reformar los sistemas de negociación colectiva, en perjuicio de los sindicatos combativos, y se debilita (última reforma laboral) la autoridad de los convenios, introduciendo cláusulas de descuelgue para favorecer el poder de la Patronal.
Todas estas medidas están atravesadas por el cortoplacismo que impone la economía financiarizada, caracterizada por la instantaneidad de los mercados bursátiles. Pero la desposesión terrible a la que se somete a las clases trabajadoras, el drenaje de dinero desde los salarios hacia el capital tiene como consecuencia el desplome del poder adquisitivo de la clase trabajadora y conlleva un riesgo muy alto de que haya una crisis dentro de la crisis.
La clase capitalista y los estados centrales de la Unión Monetaria lo tienen muy claro. Su objetivo estratégico es compensar la destrucción de valor con un aumento de la explotación que va a repercutir necesariamente en sus tres dimensiones: aumento de la explotación de clase, aumento de la explotación de género (por la implacable feminización de la precariedad y la pobreza en el capitalismo) y aumento de la explotación entre estados y naciones.
El reto al que nos enfrentamos las clases populares, sus organizaciones sociales, políticas y sindicales, debe ser abordado desde la conciencia de que estás medidas se van a traducir en una debacle social, en un desplome de la calidad de vida ¡y de la esperanza de vida! Es hora de apostar por nuevas formas de lucha, así como de relanzar y reformular las viejas.
Es hora de pensar en frentes políticos y movilizaciones a nivel europeo.
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