Desde Puyalón de Cuchas tenemos claro que para ganar la paz hay que parar la guerra. Sin hipocresías ni relatos falsos. El capitalismo mata y los gobiernos que colaboran son igual de cómplices. Apoyamos y firmamos el manifiesto promovido por la Asamblea Ciudadana por la Paz y contra las Guerras. De hecho, en Aragón urge paralizar la ampliación de Instalaza o reconvertir su producción para usos civiles, o evitar el hub militar que pretenden imponernos PP y PSOE. Somos un pueblo de paz. No queremos ser cómplices de una industria letal y nociva para la sociedad.
PAREMOS LA GUERRA, GANEMOS LA PAZ
Solo sobre la paz puede asegurarse la justicia. Y solo de la justicia nace la igualdad. No hay caminos alternativos ni es posible soñar otras perspectivas. Ni hay verdadera democracia –úsense los argumentos que se quieran- si el objetivo de la paz no está en la base de la política y en el corazón de la verdad.
Alcanzar una cultura de paz no es solo rechazar la guerra, es, además, –y son palabras de la Organización de Naciones Unidas- apostar por el desarrollo sostenible, la superación de la pobreza y la construcción de un mundo en paridad.
En los tiempos en que nos toca vivir, hay más de nueve conflictos armados de gran importancia, y muchos más de los que se vienen llamando de menor intensidad. En las noticias de nuestro entorno, y a diario, conocemos las consecuencias de dos guerras –la que Rusia inició invadiendo Ucrania, y la de Israel ocupando y golpeando los territorios de Gaza y Cisjordania- que reniegan de todos los principios, no ya los del deber moral y social, sino los del mismo derecho internacional. Dos guerras de consecuencias que pueden ser irreparables. La primera de ellas, convertida ya en una guerra entre Rusia y la OTAN, que reproduce de hecho la política de bloques con todo lo que ello significa en el campo cultural, comercial, tecnológico y militar; y la segunda, transformada en un auténtico genocidio hacia el pueblo palestino, abocado por la fuerza, el hambre y el destierro a la desaparición.
Al mismo tiempo, se aumentan los gastos de armamento, detrayendo fondos necesarios para urgentes necesidades sociales, tanto cercanas como lejanas, convirtiendo la producción y el comercio de armas en una potente raíz de las guerras y en un fructífero negocio de quienes se enriquecen con la muerte.
Reprobar las agresiones, trabajar por la paz, crear razones para la convivencia y denunciar la vuelta a una política de bloques en busca de la hegemonía mundial, es un deber colectivo que debe trascender el dolor y la repulsa personal, y transformarse en un movimiento capaz de expresar la necesidad de combatir un estado de guerras sin más razones que el interés y el beneficio de grupos y personas.
El 9 de marzo de 2023, las Cortes de Aragón aprobaron la Ley de Cultura de la Paz, y apostaron, sin reservas por promover el compromiso de las instituciones y de la sociedad por la educación y la investigación para la paz, la cooperación al desarrollo y la acción humanitaria, el diálogo, la acción no violenta y la mediación. Lejos ha estado la ley aprobada de ver, no ya cumplidos, sino impulsados, sus objetivos, algunos de los cuales –como la cooperación al desarrollo- han sido, de hecho, drásticamente olvidados.
Hora es, pues, de que, desde las instancias sociales más diversas se busque el encuentro de quienes apostando en serio por la paz están dispuestos a movilizar cuantos medios humanos y materiales sean necesarios. Que la voz y la acción de quienes no están decididos a ver impasibles y doloridos la actual situación, se alce para denunciar a aquellos que promueven la cultura del militarismo, dejando constancia de por qué se producen las guerras, qué hay detrás de lo que se hace, qué se pretende, qué consecuencias tienen para quienes las sufren y para todos, y qué respuesta merecen.
Llamamos a buscar ese compromiso, y a trabajar por él nos obligamos.
NO A LAS GUERRAS